El mantenimiento de la autonomía, un aspecto clave en la Enfermedad de Alzheimer y en el deterioro cognitivo en general

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Escrito por Elena Sánchez Durán

Coordinadora de servicios clínicos

Alzheimer

Nuestro día a día está organizado en actividades u ocupaciones que podríamos clasificar en función de su frecuencia, importancia, complejidad, duración, etc. Estas ocupaciones están relacionadas con los roles que desempeñamos como pueden ser, el rol de padre/madre, hijo/a, trabajador, miembro de un club deportivo, amigo/a, pareja, etc. Poder desempeñar todos los roles que debemos y queremos en nuestro día a día nos permite tener una vida plena y satisfactoria.

Para poder ejecutar las actividades vinculadas a esos roles debemos poner en marcha una serie de habilidades a nivel sensorial, motor, cognitivo y psicosocial que deben actuar de manera coordinada y equilibrada para que la actividad sea ejecutada con éxito. La cantidad de mecanismos que se ponen en marcha en nuestro cuerpo para que podamos llevar a cabo nuestro día a día es inmensa, sin embargo, es algo a lo que no le prestamos atención porque todo lo tenemos automatizado en base a la práctica.

Si recordamos cuando aprendimos a conducir, pensaremos en lo conscientes y atentos que teníamos que estar para no olvidar nada. Cada acción requería de una planificación consciente y nuestro cuerpo estaba tenso, restringiendo todos los movimientos que no fueran indispensables. Posteriormente, todo eso requiere de un menor gasto energético e incluso podemos conducir manteniendo una conversación o escuchando música, porque hemos automatizado las tareas con la repetición y la generalización del aprendizaje, por ejemplo, conduciendo en otros entornos, con distintas circunstancias (tráfico) y reaccionando a imprevistos.

Las primeras quejas que hacen que una persona vaya a la consulta del neurólogo y que pueden acabar en diagnóstico de deterioro cognitivo comienzan con las actividades más complejas. Por ejemplo, dejar el fuego encendido, olvidar una cita, repetir frases o tener dificultad para encontrar palabras adecuadas. Es un error atribuir estas dificultades al proceso de envejecimiento normal en el adulto mayor y deben ser estudiadas y analizadas.

Una vez que la persona es diagnosticada de Enfermedad de Alzheimer, es importante que reciba un adecuado tratamiento con el objetivo de mantener la máxima funcionalidad y calidad de vida. La neuropsicología, la fisioterapia y la terapia ocupacional son imprescindibles en el tratamiento no farmacológico de la enfermedad. En concreto, la terapia ocupacional juega un papel fundamental para el mantenimiento de la independencia en las actividades de la vida diaria.

Es frecuente encontrarse con una sobreprotección del paciente cuando, al comenzar con fallos en las actividades cotidianas, es el cuidador el que realiza dicha actividad. Pues bien, aunque este comportamiento parte de la mejor intención, es importante hacer hincapié, en que, no sólo no beneficia al paciente, sino que le perjudica, en el sentido de privarle de poner en marcha todas las habilidades necesarias para su desempeño. Pensemos en una actividad sencilla, como comer, que es una actividad que realizamos todos los seres humanos varias veces al día. No necesitamos pensar en lo que tenemos que hacer para comer, pero podemos descomponer la actividad en las funciones necesarias para su ejecución. Aquí van algunos ejemplos:

  • Funciones sensoriales: sensibilidad térmica para evitar quemarnos, sensibilidad sentir los objetos, propiocepción para agarrar adecuadamente el objeto y moverlo en el espacio sin necesidad de mirarlo, olfato y gusto para detectar la comida en mal estado o disfrutar del olor y del sabor, visión para localizar en el espacio dónde están los objetos, etc.
  • Funciones motoras: fuerza para poder sostener los objetos en función de su peso y del tiempo necesario para manejarlos, coordinación para llevar el alimento a la boca o echar el agua en un vaso sin derramarla, control motor para mantener el control del tronco mientras movemos las extremidades superiores, rango articular suficiente para poder realizar los movimientos, etc.
  • Funciones cognitivas: atención, con prácticamente todos sus tipos, unas con mayore relevancia que otras (por ejemplo, selectiva para evitar los distractores, como puede ser la TV de fondo, sostenida para poder completar la tarea) percepción visual para distinguir la comida del plato o verter el agua dentro del vaso, praxias para manejar adecuadamente los cubiertos, gnosia visual para reconocer el objeto necesario, capacidad de secuenciación para realizar las tareas en el orden correcto y no comer el postre antes que el resto de comida, a no ser que sea por propia voluntad, capacidad para resolver problemas, por ejemplo, saber qué hacer si la comida está fría, etc.
  • Aspectos psicosociales: estarían relacionados con las normas sociales relacionadas con la comida (tienen relación con el funcionamiento ejecutivo a nivel cognitivo), habilidades sociales, como respetar turnos, usar un tono apropiado de la voz, disfrutar del evento vinculado a una comida familiar, por ejemplo, mantener una higiene adecuada, etc.

Cuando privamos a la persona con Alzheimer o cualquier otra patología de realizar sus actividades cotidianas, estamos impidiendo que pueda poner en marcha todas estas funciones, lo cual puede hacer que su pérdida de funcionalidad sea más rápida.

¿Cómo se puede ayudar a mantener la autonomía del paciente con Alzheimer lo máximo posible? Hay numerosas herramientas para poder hacer, pero es necesario contar con el profesional adecuado para que intervenga tanto con el paciente como con el cuidador y/o familiar. El terapeuta ocupacional realizará una valoración funcional en la que podrá detectar las limitaciones que se están produciendo en el desempeño ocupacional. Las principales herramientas para fomentar la autonomía personal son:

  • Adaptación de la actividad: descomponer la actividad en pasos sencillos, seguir siempre la misma secuencia de pasos, eliminar distractores, dar instrucciones claras, proporcionar utensilios necesarios para la ejecución, utilizar prendas de ropa fáciles de poner, guiar la mano del paciente durante la actividad, etc.
  • Adaptación del entorno: eliminar elementos peligrosos, colocar carteles que faciliten la identificación de lugares u objetos, asegurar una adecuada luminosidad evitando reflejos o zonas mal iluminadas, evitar entornos muy sobrecargados, etc
  • Productos de apoyo: teléfonos con marcación rápido o con identificación visual de contactos, sensores de movimiento o caídas, alfombrillas antideslizantes, sillas de ducha, barandillas o barras de apoyo, pastilleros electrónicos, etc. En fases avanzas será necesaria la utilización de productos para la prevención de úlceras por presión como colchones y cojines, que también deben ser recomendados por un profesional en función de las características individuales.
  • Estimulación funcional: realizar actividades de estimulación de funciones motoras, como ejercicio terapéutico, terapia psicomotriz, baile adaptado, actividades manuales; funciones cognitivas con actividades adaptadas para estimular la atención, la memoria, el lenguaje, la percepción espacial, praxias, reconocimiento de objetivos y su función, etc, favoreciendo la conexión con el entorno y la interacción personal cuando sea posible, etc.
  • Entrenamiento del cuidador: es fundamental que el cuidador conozca las alteraciones que se están produciendo y las estrategias concretas para fomentar la autonomía. Estas estrategias deben ser individualizadas a cada caso, siendo recomendable mantener al máximo los hábitos y rutinas que tenía el paciente. Este entrenamiento contribuye, por un lado, a preservar la independencia funcional al máximo posible durante el mayor tiempo posible y, por otro lado, a reducir el malestar del cuidador ante una situación compleja tanto a nivel físico como emocional.

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